Los mil rostros de Bo
Bo vivía una vida que bordeaba la indigencia en las calles de Hong Kong, donde la vida extremadamente costosa reflejaba aquello de lo que él se había distanciado en forma de protesta, pero que nunca logró cambiar. Su rebeldía terminó aislándolo de tal manera que perdió contacto con su entorno cercano, con aquello que lo definía como hongkonés y, sobre todo, con el patrimonio que de alguna manera dejó escapar por perseguir un sueño vago que en su corazón palpitaba fuertemente.
Entre los edificios de una metrópoli altamente congestionada, las plataformas de estacionamiento —para la primera ciudad con autopistas de levitación magnética— se volvieron un refugio para personajes como Bo, que cada vez transformaban el panorama demográfico de antiguos ciudadanos por los nuevos habitantes ultramillonarios que se movían en carrozas voladoras. El desgaste psicológico hizo que, en muchos casos, personajes como Bo terminasen recurriendo a traficantes de moral cuestionable en la venta de órganos; muchos terminaban muriendo, entre ellos algunos conocidos de Bo.
- Mei, ¿recuerdas al chico que dormía en la plataforma de enfrente?
- ¿Sí, por qué?
- Hoy llegaron los de la morgue a recoger su cuerpo. Yo lo vi muy bien hace algunos días, pero escuché que estaba pensando recurrir a los organfreaks.
- ¿En serio? ¡Espero que no! Esa gente es la peor; tienen muy malos doctores y siempre se les muere la gente. ¡Qué desgracia sería!
- Sí, pero es que las cosas no andan bien para nosotros. No tenemos qué hacer ni adónde recurrir. Es como estar esperando simplemente que la muerte llegue a nosotros.
- Si tan solo pudiéramos juntar algo de dinero podríamos irnos a un lugar más barato a pasar un poco más de tiempo.
Las vitrinas de Hong Kong habían dejado de mostrar los precios de inmuebles en la isla, sino la opción de comprar propiedades en proyectos inmobiliarios para hongkoneses en lugares más baratos a los que mudarse, en enclaves que habrían desarrollado en otras latitudes. Con ese fin —el de generar una transición controlada para sus habitantes hacia lugares más amigables financieramente— Bo y Mei sentían que habían perdido la oportunidad de escapar del trágico desenlace en que se encontraban. Mientras observaban viviendas en las islas de la Patagonia chilena, se imaginaban la vida en un lugar nuevo sin el accidente que les había tocado vivir. Una desgracia por simple descuido, pensaba Bo.
Uno de los días menos esperados, mientras mendigaba lo necesario para alimentarse, una persona tomó a Bo de la mano y lo llamó por su nombre, sorprendiéndolo de inmediato. Él levantó el rostro y, sin poderlo reconocer en un primer momento, se dio cuenta de que era un amigo suyo de la infancia, aunque no supo precisar si era del colegio o del vecindario donde vivió con su familia.
- ¡Pequeño hermano Bo! ¡¿Dónde has estado?! ¿Te veo un tanto sucio, qué te ha pasado? –
- Malas decisiones solamente. Liu, ¿cierto? – respondió Bo, mientras se esforzaba por sonreír.
- Jajaja, te olvidas de los que te quieren. Lei, amigo, soy Lei.
- Hermano Lei, ¿no tendrás algo con qué ayudarme? Estoy con algo de hambre.
- Claro, claro, Bo, tranquilo. Ven, vamos, conozco un buen sitio de xiu mais por aquí.
- ¡Oh, muchas gracias Liu! Te estoy muy agradecido.
- No te preocupes, Bo.
Lei guió atentamente a Bo al restaurante donde se sentarían a compartir la cena. Mientras Bo se apresuraba a escoger lo que comería de la carta, Lei sacaba de su bolsillo una especie de proyector holográfico pequeño con el que pensaba mostrarle al hambriento Bo alguna novedad tecnológica. En su frenesí por tomar lo que podía de la comida que iba llegando a la mesa, Bo ni se percataba de lo que se proyectaba en el holograma de Lei. Sin embargo, en un momento Lei interrumpió el trance alimenticio en el que se encontraba el vagabundo y le dijo:
- Amigo, recupera tu vida con esto. Es tu oportunidad.
- ¿De qué se trata exactamente? —contestaba Bo, mientras se atragantaba con la comida.
- La empresa para la que trabajo está desarrollando prototipos orgánicos de androides con los que planean reemplazar a los robots cibernéticos actuales, ya que se ha encontrado un área gris dentro de la prohibición global de robots humanoides.
- Pero, ¿qué es lo que tengo que hacer?
- Mira… para ser claro, estarías vendiéndonos los derechos orgánicos de tu individualidad; es decir, nos permitirías hacer copias infinitas tuyas que operarían con tu propia identidad, aunque estarían identificadas bajo una huella digital que solo los compradores podrían identificar.
- ¿Es decir, les vendería mi vida entera, y de qué les sirve eso?
- Las personas sienten mayor confianza cuando alguien viene con alguna historia detrás, y con esto nos permitiríamos relacionarnos con los otros humanos de manera más eficiente y verídica, pues habría registros de todo, puesto que tú has dejado tu huella en todos esos hechos.
- ¿Y qué ganaría yo?
- Por cada mil unidades vendidas recibirías un porcentaje, con lo cual nunca dejarías de percibir ganancias.
- De acuerdo, me parece una buena idea; está mejor que vender órganos.
El éxito del robot BO 1.0 fue rotundo; sin embargo, Mei desapareció de las calles de Hong Kong y, aunque Bo la buscó por todos lados para ayudarla a salir de esa vida, nunca la pudo encontrar. Cuando caminaba por la calle y se encontraba con una versión suya andando por la acera, se veía a sí mismo buscando a Mei. Bo sentía que estaría cómodo viendo cómo sus copias se reproducían por las calles, pero ya empezó a ver que la gente lo miraba con ojos un tanto extraños, como si ya no viera en él a una persona sino que lo identificara como uno más de ese clan cibernético que merodeaba la isla. Al ver que su vida se estaba volviendo una pesadilla, decidió cambiar su apariencia y optó por cambiarse el rostro para empezar una nueva vida bajo otra identidad.
Pobre Bo: no sabía que solo cambiar su apariencia no borraría de su mente todo lo que acontecía a su alrededor, pues cada día era un vivo recuerdo de que esa copia suya caminaba suelta por las calles de la ciudad. No podía dejar de ver cómo algunos transeúntes escupían o les tiraban comida encima a aquellas réplicas que, sin ninguna capacidad de reaccionar, eran víctimas de esos abusos, lo cual le dolía en el fondo de su alma.
Ya con un nuevo rostro y con mucho dinero en el bolsillo, se adentró en el mundo de los espectáculos nocturnos de una urbe fascinada por el placer transgresor. En uno de aquellos espectáculos que pudo observar encontró a Mei, quien estaba trabajando de anfitriona en uno de esos antros de vicio y lujuria.
- Mei, ¡soy yo, Bo!
Aunque la llamó por su nombre, a lo lejos ella no pudo reconocerlo, pues ya no era el mismo, y cuando pudo observar el próximo espectáculo —oh sorpresa— era una réplica suya que estaba salvajemente siendo torturada por una banda sádica de hombres y mujeres.
Cuando miró nuevamente a Mei pudo notar en sus ojos el dolor que sentía por aquella imagen de aquel amigo que una vez tuvo, pero que había desaparecido entre la multitud de copias sin alma. Bo se encontró desposeído de su identidad, perdido y sin inspiración para encontrar un refugio momentáneo que le permitiera lamerse las heridas. Finalmente, ante las miradas inquisidoras de la multitud, que encontraba incómoda la insistencia del hombre dispuesto a llamar la atención de la stripper, Bo decidió esperar a Mei a la salida del personal de servicio.
En aquel callejón húmedo por las lluvias tropicales que afectaban la isla a mitad de año, Bo esperó horas a que Mei saliera y, una vez que lo hizo, la abordó sabiendo que no lo reconocería inmediatamente.
- Hey Mei, ¿todavía quieres vivir en la Patagonia chilena? —la abordó Bo a su amiga, esperando dejar de lado cualquier duda sobre su identidad.
- Hola, Bo —contestó Mei de manera fría y distante.
- ¿Me reconoces? ¿Cómo? —preguntó confundido Bo.
- Esa mirada ansiosa por aceptación todavía la reconozco.
- ¿No estás contenta de verme?
- Pues sí te veo todos los días y este no eres tú. Es más: te veo por todos lados; ya hasta me aburre verte.
- Mei, pero ahora tengo el dinero que necesitábamos para irnos.
- Yo no quiero irme contigo; no eres la persona que conocí.
- No entiendo qué cambió en ti; pensé que te alegraría verme.
- Pues no, Bo. Como te dije, estoy cansada de verte y de tener que recordar que fuiste muy fácil de convencer. No quería ir a la Patagonia, pero me gustaba compartir contigo ese deseo; ahora ya no lo tengo porque ahora sí es real.
Bo no podía entender el cambio en Mei; para él, el cambio de vida que tuvo fue finalmente ese gran salto que necesitaba para ser realmente feliz. Aunque solo y con dinero, Bo se sumergió en la soledad y en los vicios autodestructivos. Nunca enfermaba, nunca tuvo un accidente: simplemente le tocó vivir plenamente en su soledad junto a sus decisiones.
Finalmente se mudó a la Patagonia chilena y, entre aquellos edificios de cristal fotovoltaico, el reflejo de los robots BO adornaba y servía todos los deseos de aquel hombre que tuvo que conformarse con su propio reflejo. En algún momento pensó en quitarse la vida, pero su amor propio hizo que su angustia perdurara hasta el final de sus días, cuando pudo encontrar paz en un cruel anonimato.